En América se encuentran muchas publicaciones de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, que son de un incalculable valor para la historia del español; documentos que reflejan cada momento, cada transformación, innovación y toda la riqueza propia que solo se encuentra allí en la América Colonial y Poscolonial. Aún en la actualidad se conservan esos documentos historiográficos, mostrando así algunos restos de estados pretéritos de la lengua castellana.
Es común escuchar arcaísmos o palabras en “desuso” para el español peninsular, pero para Hispanoamérica son palabras comunes y corrientes y que, combinados con indigenismos, dan un toque peculiar y exquisito al habla americana. Otro rasgo sobresaliente es el uso de locuciones en el habla cotidiana en cualquier ámbito, sin discriminar edad, raza, sexo, clase social, nivel académico etc. Es común escuchar el uso de unidades fraseológicas en canciones, anuncios publicitarios, obras literarias, en distintos medios de comunicación, etc., como dirían allí “hay que hablar con sazón” (ponerle sabor y gusto a lo que se dice). Eso nos distingue del resto de los hablantes del español, por esa peculiaridad rítmica, sonora y especial.
El aspecto geográfico juega, pues, un papel muy importante. También el nivel de escolaridad y la economía de los hablantes, que dependiendo de, si son del área rural o urbana, así se expresarán; siendo los del área rural los que utilizan más arcaísmos, no así los del área urbana que tienen la oportunidad de escolarizarse. Sin embargo, no hay que olvidar el papel que juega la escuela, que es la encargada de perfeccionar la lengua oral y escrita en sus alumnos. A menudo escuchamos expresiones como: ¡Hey chula que diyas agora!, me sampé una gran cayda, dioy en lante peleyo ilojo o ¡Haayyy qui mi guele el oydo! Y así muchas más frases típicas de las áreas rurales de América; quien las escucha pensará que los hablantes las han inventado o las dicen por antojo; no es así, basta con revisar algunos textos escritos en lengua castellana en época pretérita y encontraremos esas mismas palabras tal como las escuchamos.
Habrá quienes se sigan preguntando si es necesario un estudio fraseológico en Hispanoamérica, a pesar de darse cuenta de todas estas variedades, esto no debe tomarse como un asunto político, sino como algo indispensable para nuestra lengua.
Estudiar la Fraseología histórica en América, sería como descubrir un extenso océano repleto de especies exquisitas al alcance de un buen pescador. Apenas se han llevado a cabo estudios fraseológicos, siendo la escuela cubana la precursora en realizarlos.
Los diccionarios de americanismos los han registrado con el nombre de “modismos”, “giros”, fórmulas. “En la actualidad este panorama está comenzando a cambiar con brío últimamente han aparecido artículos sobre UF en Hispanoamérica, la mayoría son de corte sincrónico; la Revista Paremia (2015) ha recogido algunas” (Codita y Sánchez Méndez 2017: 71).
Entre las fuentes encontramos prosa de la Época Colonial, aunque no es una prosa propiamente literaria, surge a manera de crónicas históricas por la necesidad de contar los hechos que sucedían en el Nuevo Mundo:
Esta prosa no tendría más interés si no fuera por la novedad de lo que trata y los esfuerzos para expresarla, lo que permite rastrear el proceso de cómo la lengua se fue adaptando a la nueva realidad. En las crónicas encontramos una preocupación constante por contar lo que se veía y describirlo de forma más exacta posible con una lengua que se adaptaba mal a este propósito por la carencia de vocabulario específico. Esto explica la gran cantidad de soluciones ad hoc que se adoptaron al principio. Las crónicas son por tanto, el reflejo que tuvieron los conquistadores y colonizadores para designar los referentes del Nuevo Mundo, pero también muestran los recursos de los que se valieron los cronistas para conjurar estos problemas y la forma que la lengua se fue americanizando en su plano léxico. (Codita y Sánchez Méndez 2017: 59)
Este material es importante para estudiar la presencia de las unidades fraseológicas que se usaban en la América de ese entonces, siendo estas UFS propias de los colonizadores que llegaron al Nuevo Mundo, así podremos analizar qué unidades se mantuvieron y cuáles se transformaron:
Digamos que si los textos medievales nos permiten ver cómo fueron naciendo y extendiéndose, por ejemplo, las locuciones prepositivas, los documentos coloniales, análogamente nos van a permitir seguir el proceso de creación, variación, adopción o desaparición de las locuciones y otras UF en el mundo americano. (Codita y Sánchez Méndez 2017: 60).
Es importante destacar la evolución del léxico hispanoamericano, siendo así que se creaban frases nuevas que no existían en el español peninsular y que poseen la influencia indigenista del período virreinal. Pero además hay UFS propias del español peninsular que fueron cambiadas con voces propias de lenguas indígenas, como por ejemplo ser pan comido se convierte en ser un poroto, un asno diciéndole a otro burro, a morocoy conchuo (Venezuela). Estos procesos de cambio y adaptación influyen en la creación de nuevos términos en el español de América. Hay algunos aspectos que deben tenerse en cuenta en la americanización de la lengua y al respecto Codita y Sánchez Méndez (2017: 67) afirman lo siguiente:
La fraseología, en su motivación, muy susceptible de reflejar los hechos de historia externa. El mundo indígena, que tanto aportó al léxico para designar los referentes del Nuevo Mundo desconocidos en Europa, también aparece como parte de las UF. La presencia del léxico indígena en las UF, dadas las características que muestran, se dan con voces ya integradas en la comunidad. Así, mientras los textos cronísticos revelan una abundancia de voces indígenas (con su correspondiente descripción o traducción), es raro que se formen UF con ellos. Una vez la voz indígena es corriente, se integra entonces en el español. Es decir, que la aparición de un indigenismo como componente de una UF es indicio de su integración en la lengua.